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Crisálida

¿Por qué morados?


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Cuando Mari nació, el cielo estaba cubierto de enormes nubes negras, nubes de las que caía una fina agua turbia. Era un tenebroso día de invierno, 25 de diciembre, pero desde el oeste se perfilaba bajo un rayo se sol un bello y claro arcoíris. Todo esto hacía presagiar el futuro de la pequeña.

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Perteneciente a una familia acaudalada, creció con todo lo que se puede desear, y sus deseos se cumplían antes incluso de tenerlos. Pero en la realidad no siempre los cuentos de hadas terminan bien. Cuando ella era apenas una niña, sus padres comenzaron a tener problemas, y la situación se ponía cada vez más complicada, motivo por el que años más tarde, después de algún intento frustrado de que todo mejorara, tuvieron que separarse.

Se habría podido pensar que con la separación, Mari, lo habría pasado fatal, pero no fue así, ella estaba mejor que cuando sus padres estaban juntos. Eso sí, se había empezado a crear un mundo aparte, un mundo para ella. En el que le había tocado caer parecía que no encajaba, no sabía por qué, era muy pequeña, pero todo le quedaba grande. No entendía nada, cuando había que decir sí, se decía que no, cuando había que decir no, se decía que sí. Todo era demasiado confuso para ella. En el mundo que ella se construyó, todo era mucho más fácil y simple, al no, se le llamaba no, al sí, se le llamaba sí, y al sexo, si había que llamarle sexo también se le llamaba.

Los días iban pasando, a Mari, su mundo interior se le empezaba a quedar pequeño,y una persona a la que ella aprendió a apreciar, le prestó unos zapatos que ella tenía para que intentara salir al mundo exterior, haber si como ya iba creciendo no lo veía como algo tan inmenso. Eran unos zapatos de piel, tintados en color morado, con un pequeño tacón, con la finalidad de tener tropiezos en la vida, no excesivamente grandes. Eran unos zapatos del número 36, de los que ya casi no se fabrican. Eran unos zapatos muy peculiares. Mari se los puso, y partió de su mundo, atravesando la gruesa puerta que la separaba de la gran selva de asfalto, aquella que abandonó hace mucho, mucho tiempo, y en la que no sabía si podría defenderse.

Comenzó su andadura con una experiencia que no le agradó nada, había personas en este mundo que se reían de los defectos físicos de otras, uno se podía reír de otro quizás por alguna serie de motivos, pero no por una deficiencia que la pobre de la otra persona no ha elegido tener. Fue justo al pensar en lo sucedido que unos arañazos marcaron los zapatos. Cuando los vio se preocupó, pues no eran suyos, cuando terminara de recorrer el mundo, se los tendría que devolver a su dueña.

Siguió caminando, y vio tras de los ventanales que había hombres y mujeres que abusaban de su poder, vejando tanto física como psíquicamente, al opuesto o a los menores. Algunas historias de las que observó, le sobrecogieron el alma. Nuevas rozaduras aparecieron en los bellos zapatos.

Solo llevaba un día caminando, y ya empezaba a encontrarse mal, los zapatos que en un principio parecían cómodos empezaron a molestarle en los pies. Y se acordó del azul del cielo. Pero tenía que seguir, había salido para eso, tenía que decidir dónde quedarse. Y andando, andando, a medio camino de oriente y occidente, en una granja, se encontró a una familia, los bellos, se llamaban. Preguntó si se podía alojar una noche, que llevaba ya un día caminando, y necesitaría descansar y tomar algo fresco. Le dijeron que sí, y llamaron a Kamal para que preparase la habitación de la señorita, y le diera algo de beber. Mari tuvo la oportunidad de hablar con él, era un joven muy majo, que trabajaba porque quería sacarse los estudios de psiquiatría. Estaba como ayudante en la granja, pero a la hora de la verdad, estaba para todo, era un esclavo en una época en la que ya no hay esclavitud, y no sólo por las labores que realizaba, sino también por el trato que se le daba, cualquier animal a su lado recibía un mejor trato. Por otra parte, si algo salía mal, siempre era Kamal el responsable. Aquella noche no pudo dormir bien, tuvo sueños sobre estos tres pasajes de la vida que había contemplado, soñó que los zapatos iban oprimiendo sus pies, soñó que cada vez estaban más deteriorados, y soñó que un gran agujero en el interior del zapato le estaba haciendo una gran herida en la planta del pie. Se despertó empapada en sudor, y unos escalofríos le recorrían el cuerpo. Fue corriendo a mirar los zapatos, y sólo tenían los roces del día anterior, o sea que se acostó e intentó seguir durmiendo, ya que al día siguiente le esperaría otra dura jornada.
A la mañana siguiente, se puso sus zapatos morados, se despidió de los Bellos y de Kamal y continuó su camino. De repente, cuando iba por el parque de la Alóndiga, y sin ella pretenderlo escuchó una conversación que estaban teniendo dos mujeres. Una de ellas le contaba a la otra, que a la novia de su amigo, le gustaba mantener relaciones todos los días, a lo cual la otra refería, porque la novia de tu amigo es una salida, porque eso no es normal, si fuera él... esto destrozó los oídos de Mari. Que dos mujeres pensaran así, era muy grave, después no podemos quejarnos del machismo, cuando somos nosotras mismas las máximas responsables.

Cada nueva situación que se encontraba en el camino la hacía debilitarse más, y los zapatos cada vez le oprimían más, temía que la pesadilla se convirtiera en realidad.

Dejó el parque con la ilusión de encontrarse algo mejor por el camino. Veinte metros después se encontró un prostíbulo, y cual no fue su impresión cuando al mirar al interior vio personas conocidas, personas que en ocasiones, cuando había salido el tema, habían puesto de vuelta y media a las pobres muchachas, o a las muchachas en general, pues hay quien elige este camino. Éste era otro aspecto que no entendía, no os podéis imaginar cuanto le molestó ver a esas personas allí. No daba crédito a que se pudiera ofender tan firmemente algo y después se hiciera. Agotada tanto física como psíquicamente y con los zapatos maltrechos siguió, no le apetecía bajo ningún concepto seguir observando esta situación.

Cuanto más andaba, más injusto y extraño le parecía todo. En un lugar recóndito, un niño pequeño y flacucho, buscaba desesperadamente algo que echarse a la boca, mientras que unos metros más allá en una lujosa casa, sus inquilinos comían opíparamente y vertían los restos que le sobraban al cubo de la basura. Esto la sumó en una tristeza irremediable. Se dejó caer sobre un fresco césped que encontró pues ya no podía más, sabía que cuanto más anduviera, más de esto encontraría, ya no podía con su alma, cuanta desigualdad, cuanta mentira, cuanto... y así, a la sombra, y completamente fatigada, entró en un agradable sopor.


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Después de todo lo anterior, no sabemos cuál será la decisión que tome Mari, ¿Se quedará en el mundo que está volviendo a ver y que hace tiempo que no veía, o volverá a ese mundo suyo aunque se le empiece a quedar pequeño, pero que es el que ella ha fabricado con esfuerzo?

Mientras andaba adormilada soñó que había personas que no mentían, y que lo más importante era que ella no mentía. También soñó que las personas intentaban ser lo más justas posibles, y repartir como hermanos lo que tenían y soñó que esos zapatos desgastados eran los más bonitos que había tenido nunca y también los más cómodos. Que esos arañazos y rozaduras que tenían le daban carácter.

Poco a poco se fue desperezando. Al ver los zapatos y no producirle ninguna sensación placentera, supo que había estado soñando, pero y qué, y si todo aquello era posible, y si parte dependía de ella; todo era muy grande, sí pero ella muy pequeña, quizás fuese una cuestión de punto de vista, quizás cambiando un poco la manera de ver las cosas, y empezando por ella misma a cambiar la sociedad todo sería un poco más fácil. Asique cuando vió los zapatos ajados por el paso del caminar y las injusticias y pesares ocurridos, pensó llevárselos al zapatero para ver si los podía mejorar una pizca antes de devolverselos a su dueña, ya que habían concluido su trabajo y había decidido quedarse en el mundo real, aunque sea por un tiempo. El zapatero nada más ver los zapatos supo quien era su dueña, y cuando Mari le pidió un arreglo, le dijo que para Celeste, el mejor arreglo que podían tener esos zapatos era el que llevaban impresos, si después del sufrimiento que había sentido y las huellas que este había dejado en los zapatos había decidido vivir en este mundo, la mitad de la misión de esos zapatos estaba cumplida. La otra misión era que aprendiera a ver la belleza de esos pequeños zapatos morados: raídos, sucios, arañados, desgastados pero que le habían estado acompañando en todo su caminar.

Y sí, si que fue capaz de ver su belleza, y lo hizo cuando descubrió la finalidad de aquellos zapatos. Mientras iba a devolvérselos a Celeste, se dió cuenta de lo que los zapatos morados le querían enseñar. Y era que aunque hubiera sufrimiento en la vida, injusticia, es lo que tenemos, pero también hay muy buenos momentos que no apreciamos pues siempre centramos nuestro pensamiento en los que no lo son. Que si había querido salir de su mundo y volver al que realmente tenemos a pesar de lo que en él ha encontrado, que le ha hecho sentir mal, era porque aprendió lo que los zapatos quisieron mostrarle, que el sufrimiento siempre está ahí, pero que es él el que te hace más fuerte, como había ido haciendo con los zapatos y como había hecho con ella, sino habría decidido volver a donde había salido y donde no sufría estas calamidades.

Llegó a su encuentro con Celeste, y ésta, nada más ver los zapatos, supo todo lo que había ocurrido, y sintió gran alegría. Cuando Mari le devolvió los zapatos, Celeste le dijo que se los quedara como recuerdo de su experiencia, que los pies son los que marcan el camino, y sin unos zapatos adecuados no es posible caminar duras jornadas. Y así, si en algún momento recaía y tenía ganas de volver a su pequeño mundo, podía ir a verlos, ver que aún con roces y algún agujero seguían allí, y aspirar de la energía que desprendían. Así fue como Celeste se despidió de ella, brindándole la mejor de las suertes y esperando no tener que verla otra vez en el camino.

 

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