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Crisálida

La rosa y la mesa

 

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Aquella Navidad prometía ser diferente. Su madre faltaba y si bien no la echaba de menos, habría una silla libre en la mesa aquella noche del 24 de diciembre.

Ella, a pesar de ser agnóstica, celebraba la Navidad, pues era algo que había estado festejando desde que era pequeña, por tanto, se había convertido ya en una costumbre más que en un rito religioso.

Los días previos a la fecha, siempre tenía muchas tareas que hacer, pues aunque ella no preparara la cena, ni se encargara de decorar la casa, ayudaba a su hermana en una tienda de regalos, donde su trabajo, aparte de envolver paquetes, era comprar papel de envolver si faltaba, y llevarle a los clientes que lo necesitaran las compras a casa. Eso por la tarde, pues por la mañana, trabajaba de secretaria para el empresario Jon Klif. Con lo cual, su jornada empezaba a las ocho de la mañana, y terminaba a las diez de la noche.

Cuando llegaba a su casa, no tenía cuerpo para nada, solamente para darse un baño de espuma que su novio Pedro le tenía preparado. Mientras él, le preparaba algo ligero pero nutritivo para cenar. Después, se iban juntos a dormir. Pedro sabía que durante estos días tenía que compartir a su novia con el lecho conyugal, que no había ni siquiera un beso de buenas noches, pues era caer en la cama y quedarse como si su espacio estuviera imbuido de cloroformo. Y al día siguiente menos mal que ponía el despertador a las siete de la mañana, si no era incapaz de salir de ella.

Llegó el día señalado, aquél en el que trabajó más que los demás, pues siempre hay personas que dejan las compras de Navidad para el último momento, o bien por olvido o bien por pereza.

Cuando llegó a casa con su hermana, eran las once y media, y a pesar de estar todo preparado, no había nadie allí. Eso fue lo que vieron con una rápida mirada. Extrañadas por la ausencia de todos, y algo preocupadas buscaron algún indicio que pudiera dar una explicación a los hechos. Y en el mueble de las vidrieras, en una de ellas, había una pequeña hoja de papel que así decía

" Hola Clo, estamos en el hospital, no te preocupes, no es nada grave, Pedro está bien. Es tu hermana, que se le ha adelantado el parto dos meses, o sea que dentro de poco Jesús estará dando sus primeros berridos, quejándose de salir tan pronto de ese lugar donde lo tenían mimado."

Pero eso no fue todo, de pronto, al girar la cabeza, al lado de su sitio, y en el lugar donde años anteriores hubiera otro comensal, sobre la mesa había un destartalado jarrón con una rosa azul en su interior, y junto a ella una nota. Ella pensó que era de Pedro, que había tenido el mejor de los detalles, mejor que lo que le pudiera regalar después de las doce, pero nada más allá de la realidad, Cuando abrió la nota, el nombre de Pedro no aparecía por ninguna parte. La nota sólo decía:

" Si buceas en tu interior, sabrás que hace esta rosa encima de tu mesa, y que persona te la envía".

A Cleo se le heló la sangre cuando leyó la nota, instintivamente descorrió los ventanales del balcón, se asomó y miró al cielo. En ese momento, dos enormes lágrimas, solo dos, quemaron su suave rostro. Compungida entró al salón nuevamente, se sentó en su sofá sin ni siquiera hablar con su hermana, y esperó en ausencia a que vinieran todos para cenar, todos menos su hermana, que vendría días más tarde acompañada de un fruto de verano. Y la persona que ya jamás ocuparía aquella silla donde había encontrado el jarrón.

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