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Crisálida

Navidad

 

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Ya repican las campanas;
se acerca la Navidad,
niños del Mariano Aroca
preparaos para cantar.

Sacad pronto las fanfarrias
y poneos a tocad,
antes que se pase el tiempo
que éste pronto se va.

Corred niños a la calle,
mazapanes, panderetas.
Y alegrad a vuestro pueblo
con villancicos y gestas.

Sacad pronto las fanfarrias
y poneos a tocar.
¡Qué pronto se pierde niños
el sentir la Navidad!

Las piedras del camino

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Con el paso de los años
te vas haciendo más fuerte,
y con un poco de suerte
no te conviertes en piedra.

Hay muchas en el camino,
al menos yo las encontré.
Son seres inertes,
carentes de ilusiones.

Para ellos todo es oscuro
y nada tiene sabor.
Los aromas orientales
también perdieron su olor.

Sólo quedan los agravios,
es lo que quieren captar,
no pueden ver lo bonito,
les gustaría que viésemos igual.

Empiezan a conseguirlo,
al menos con la amistad,
lo malo de los viajes
y la vida en general.

Para ellos todo es oscuro
y nada tiene sabor.
Los aromas orientales
también perdieron su olor.

La sombra de la noche

 

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Qué fácil despojarse de la culpa,
vistiendo a los que no son de tu casta.
Qué fácil extraer de la canasta;
los frutos que han podrido su pulpa.

Pero cómo prestar una disculpa,
cuando el metal reluce como un asta,
cuando todo alrededor, grita basta,
y solo se prefiere estar oculta.

Cómo quieres que olvide mi pasado
si por el mi presente está truncado,
y mi futuro que aún no ha llegado

se vislumbra lejano y empañado.
Y aquello que yo siempre he deseado
se marchita antes de haber comenzado.

La bufanda

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Hermoso retal de tela,
que en el cuello tú te enredas,
te quedaste en una casa
y empezaste una condena.

Tu dueña te echó de menos
y al inquilino rogaba:
¡Devuélveme la bufanda!
- con el lío que esto creaba.

Si es por los sentimientos,
sólo quiero mi chalina
que tiene connotaciones
de quien me la regalara.

Ya habían pasado tres meses
y en la otra casa seguía,
con ese trozo de tela
¡Qué problema se tendría!

No podía devolvérsela,
¿Había desconfianza?
No podía devolvérsela
¡Que tendría esa bufanda!

Si es por los sentimientos,
sólo quiero mi chalina
que tiene connotaciones
de quien me la regalara.

deshojar la margarita

Para verla pinchar aqui

El momento

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Ya han pasado nueve meses;
te podremos abrazar,
ya veremos tu carita
¿A quién te parecerás?
Antes todo estaba oscuro,
nos escuchabas hablar,
hoy saldrás al exterior
y la luz te bañará.

Te recogerá tu padre
orgulloso de su hazaña.
Te pondrá sobre mamá
que está deseosa de amarte.

Estos días tú oirás
cuantos van a visitarte;
muchos brazos te tendrán
pero querrás a tu madre.

Eres pequeño y rosado
y también eres flaquito,
pero cuando ella te coge
reconoces sus latidos.

Y en sus brazos tan blanditos
te quedarás dormidito
mientras tus padres felices
disfrutan su primer hijo.

Furia

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Ella tiene la rabia
tiene la rabia del mar.
Ella tiene la ira
de la lava de un volcán.

Tiene los pies en la arena
y las manos en la espuma.
La siente correr por dentro
y fluir por cada poro.

No la deja respirar,
cuando aparece invade todo.
Cuando se va sólo le deja
migajas y el deterioro.

Ella tiene la rabia
la siente correr por dentro
Ella tiene la ira
que fluye por cada poro.

No la deja respirar,
cuando aparece invade todo.
Cuando se va sólo le deja
migajas y el deterioro.

Sonidos articulados

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          En numerosas ocasiones, no somos conscientes del daño que pueden ocasionar nuestros labios cuando se abren para producir sonidos articulados. En muchos momentos de nuestra vida, lanzamos expresiones sin pensar siquiera lo que decimos, simplemente decimos. Eso me ha pasado a mí infinidad de veces.

          No hace tanto, fue una de ellas, yo no estaba pasando un buen  momento, sí, estaba contenta, eufórica, mejor dicho, pero era una falsa euforia, y al tratarse de eso, no con muy buenos frutos. El caso es que con este grado de exaltación en mi vida, dije alguna cosa que hirió o molestó a personas queridas, pero no encontraba el momento de aclarar la situación, hoy se ha dado ese momento, y cómo reconforta cuando aclaras las situaciones que pueden hacer que una relación se desequilibre o distancie.

          En esta vida de prisas y sin sentidos, no sabemos elegir bien el momento de hablar o de callar, ni el de qué decir o qué callar. Hablamos porque hablar es lo que se lleva, es sinónimo de buenas relaciones, y en algunos casos eso  no es del todo cierto.

          Hace unos días, leí por algún sitio una cita de André Maurois que decía que ser sincero no era decir todo lo que se pensaba, sino no decir nunca lo contrario de lo que se pensaba, y nosotros venga, pensamos que la sinceridad es decir todo lo que pensamos aunque hagamos daño, a veces irreparable.

          Espero que esta reflexión hoy hecha, me sirva al menos para tratar de cambiar, y piense antes de lanzar palabras al aire, pues palabras a veces tienen más fuerza que una tropa en la batalla. Palabras pueden cambiar el mundo o sumirlo en la destrucción más absoluta. Palabras, palabras, aspas que cortan el aire, palabras, palabras, hélices que cortan el agua, palabras, palabras, bisturís que cortan la carne.

El reino de Murcia

 

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Por sorpresa un día la reclamaron,
como maestra de francés,
y tuvo que dejar Granada
por un nuevo amanecer

Cuando conquistó las calles,
de la tierra murcianica
No echó de menos Granada
por una temporaica.

Si tuviera que vivir
en ella algunos añicos,
sólo añoraría el mar
donde dar sus paseicos.

Murcia tiene,
pero lejos,
pues ella no lo conoce.

También tiene dunas y calas,
pinares en las montañas,
una serie de mesetas,
y un rio con verdes aguas.

Un clima subtropical,
y una gran gastronomía.
La gente que conoció
ya nunca la olvidaría.
Y cuando a Granada volviera
A Murcia se llevaría.

Desde tu isla

Poema publicado en el periodico local de Motril "El Faro"

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En una cálida playa
de fina arena volcánica,
Eva yace inerte.
Recostada bajo el último sol de la tarde,
adormece la soledad que la persigue.


Las olas del mar bravío
intentan reconfortar su espíritu,
pero sólo consiguen
aumentar sus ruidos internos.
Eso sí, es lo que evita la nostalgia
de esas tierras lejanas que dejó.


Sin el mar,
 se hubiera sentido prisionera
en un lugar extraño.
Pero sentir su aroma,
el salitre en su piel,
le hacían creer estar en su tierra.


Cuántas tardes de paseos solitarios.
De miradas perdidas, al horizonte.
De mañanas confusas en la cama,
de no saber qué hacer,
de no querer hacer.


Cuántas tardes de paseos solitarios.
De miradas perdidas, al horizonte.
De mañanas confusas en la cama,
de no saber qué hacer,
de no querer hacer.

 

La penúltima hora del comisario Juan Castro

 

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            Aquella mañana se había presentado con demasiado trabajo. Tres casos a investigar. El de una señora que había aparecido muerta en la bañera de su casa. El de la rana de un niño, que habían encontrado en el jardín de su casa diseccionada, y el de una mujer que había venido con la ropa desgarrada y había denunciado a su novio por violación.

            Juan, le asignó el tercer caso, el de la violación, a Onali, la chica del departamento número 2, y de los otros, uno se lo entregó a Mark el chico del departamento número 1 y otro se lo quedó él.

            Mark era un chico risueño, más bien delgado, sus facciones eran finas y tenía buen humor incluso desde que se despertaba.

            Para más inri, le llamaron desde un teléfono desconocido cuando era la una y media, y le dijeron:

           No le puedo revelar mi nombre, pero ya lo he observado en un par de ocasiones y pensaba que era necesario contárselo; sobre las dos de la tarde, unos seres extraños aterrizan en nuestro pueblo y no sé qué le inyectan a las palmeras. El otro día, camuflado, escuché algo. Estaban intentando que las plantas se humanizaran, oí, e inyectándole lo que le habían inyectado, estarían consiguiendo el primer paso, decían.

          Entonces el comisario tuvo que partir cerca de las dos y dirigirse hacia uno de los lugares en los que había palmeras. Se sentó en un banco con una novela del oeste en las manos y comenzó a leer. Pasados cinco minutos, llegaron los seres de los que le había hablado el extraño.

          Eran morados, con la cabeza como un perrito caliente pero más grande, cuerpo pequeño y delgado, ojos rojos y boca pequeña y verde.

         Juan los miraba de reojo: estos sacaron un maletín con unas jeringuillas, y unos botes con un líquido azul, rellenaron las inyecciones hasta la mitad y pincharon las palmeras hasta no dejar gota alguna en las jeringas. Concluida su actuación  comenzaron el despegue.

         Juan, después de esta primera toma de contacto, pues no podía actuar de buenas a primeras, se acercó a una de las palmeras, para ver si descubría algo, cuando de pronto, debido a su alergia, estornudó, y al ir la cabeza hacia delante se dio con el tronco de la palmera en la frente, arañándose. La sangre que manó de su herida se puso morada mas él no lo sabía. Se fue a la comisaría extrañado. Tendría que pensar en lo sucedido. Cuando entraba por la puerta de la comisaría, se le escapó una sonrisa inesperada y a continuación le sobrevino un leve ataque de risa.

         Él no sé si sería consciente, pero el caso es que esto le ocurría a intervalos de diez minutos. Lo que había inyectado los seres morados a las palmeras, era gas de la risa licuado y al haberse pinchado él, se había introducido también en su sangre.

         Estuvo reflexionando un rato sobre lo que pasó y decidió ir al día siguiente a tomar unas muestras de las palmeras.

         A las  tres menos veinticinco se tuvo que ir, y menso mal que para las menos veinte estaba de vuelta, pues cuando llegó, Onali le dio un recado.

La última hora del comisario Juan Castro

          

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          Al departamento número 3 de la comisaría, llegó una notificación para el inspector. Juan que así se llamaba el encargado de este departamento, un hombre corpulento, serio, y de mirada agria, no se encontraba allí en ese momento. Había salido a resolver unos asuntos que tenía pendientes desde hacía días.

          En cuanto llegó, la compañera del departamento número 2, le comunicó que le habían dejado algo en su despacho.

          Muchas gracias Onali, voy a ver de qué se trata.

          Leyó para sí mismo lo que estaba escrito en la notificación:

         "En la parte delantera del puesto de churros, se ha provocado una disputa entre dos mujeres, vengan les ruego lo antes posible, una de ellas ha sacado una cuchilla de afeitar a su pareja"

          Una vez leída Juan pensó:

          "Menos mal que sólo he tardado dos minutos en venir, porque si no, con la fama que acarreamos"

          Cuando llegó, la gente había ido formando un corro que tuvo que disolver para poder ver algo. Lo que vio, en un primer momento, le hizo sacar una risita de la boca:

          Una mujer moñeaba a otra de la extensa mata de pelo que tenía, casi le retuerce el cuello como a una gallina. La otra, la que sacó la cuchilla, poseía una gran delantera y se dedicó a darle pechugazos  mientras la primera la tenía bien agarrada.

          De lo enfrascadas que estaban, cogieron tanta fuerza que Juan tardó cinco minutos en poder separarlas. Cuando lo consiguió, se las llevó directamente a la comisaría que era donde tendrían que aclarar la situación. No se podía estar montando ese escándalo en la vía pública.

          A ver, contadme, qué pasó realmente:

         ¡Que qué pasó! ¡Que qué pasó! Que pillé a la z... esta en la cama con mi novio. Valiente guarra hay que ser, con amigas como esta para que quiero enemigos

         ¿Algo que alegar?

         No, como no podemos hablar como personas civilizadas, cada vez que hablamos, terminamos como animales, embistiéndonos, no tengo más que alegar...

         Bueno, ahora salgan de aquí, salgan de mi comisaría, y como yo las vea meterse en otro altercado, lo próximo será pasar la noche en la penitenciaría. Espero no volver a verlas por aquí.

         Así terminó la mañana laboral del inspector Juan Castro. Con una leve sonrisa en la comisura de los labios, un gesto poco frecuente en una persona que  sólo reía en contadas ocasiones.

El corazón del poeta

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A veces,
cuando el poeta escribe,
libera sapos y culebras
sin querer.
 
A veces,
destila su sangre,
desprendiendo la esencia del mal
que habita en su interior.
 
A veces,
esparce su semilla
en hojas de papel,

y a veces,
las musas lo abandonan
y pierde la confianza en él.

La gota de la alegría

 

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          Ocurrió en Macedonia, una tarde soleada del mes de mayo. Maruja, conocida en el pueblo por ser más triste que la tristeza se encontraba paseando por los alrededores del parque Tropical, y haciendo honor a su nombre, marchaba caabizbaja y ajada. De repente una gota cayó del cielo; empapándola entera, y al mirar hacia arriba para descubrir de dónde había caido, comenzó a sonreir. Desde aquél día Maruja va por las calles ccon un paraguas transparente, no le vaya a caer otra lágrima de tristeza de algún ogro.

Edelweiss

 

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En las montañas nubladas,
del Pirineo español,
cuando se hiela la escarcha
crece una hermosa flor.
 
Edelweiss lleva por nombre.
Prepotente y sin olor,
sólo nace en primavera
cuando sale un poco el sol.
 
Es la reina de esas tierras.
Es difícil de encontrar.
Se esconde tras de los hielos
con un almendrado velo
de borlas coronado.
Dándole un aspecto
muy particular.
 
Edelweiss lleva por nombre.
Prepotente y sin olor,
sólo nace en primaver
cuando sale un poco el sol.

DOBLE MORAL

 

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Rompimos las barreras
que gobiernan nuestra vida.
Si alguna vez lo hacía
no pensé que fuera contigo.


Terminamos asidos
piel con piel,
y al amanecer,
ninguna recompensa.


Dos cuerpos extraños
uno junto a otro,
abrigando la soledad
con un manto de ternura.


Terminamos asidos
piel con piel,
y al amanecer,
ninguna recompensa.


Salvo una noche mágica.
De ternura infinita,
en la que solo el contacto
nos satisfacía.


No hizo falta más
que la compañía,
aunque sólo eso
no se pretendía.


Pero esa ternura
fue muy especial.
La invadió el respeto,
el amor y la amistad.


La invadió el respeto
y nos hizo olvidar.

Los nenúfares

 

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Aquella noche envuelta en brumas, cuando Miguel invitó a Irene a dar un paseo en barca por el estanque de un pueblo cercano, emergió de entre los nenúfares una delicada mano, que hacía pensar que era de una  muchacha joven. Adiós a la velada romántica que había planeado. Esa situación, como es normal, les cortó el cuerpo.


Ahora, tenían que decidir qué hacer, si se marchaban como si no hubiesen visto nada, o si por el contrario avisaban a la policía local de lo que habían hallado. Estuvieron un cuarto de hora viendo pros y contras de la situación.


Irene pensaba que era mejor avisar, que alguien los podía haber visto por el lugar, y luego, sin tener necesidad, podían meterse en un embrollo del que les costaría  trabajo salir. Pues nadie sabía donde se encontraban ellos, nadie podía decir que los había visto aquella noche o que habían estado en su casa.


Miguel sin embargo opinaba que era mejor largarse sin notificar nada, que no era la primera vez que la gente se metía en problemas por solucionar algo o por intentar ayudar a alguna persona. Él optaba por irse y hacer que nunca estuvieron allí.


Discernido lo que iban a hacer, dirigieron el bote hacia la orilla del estanque, y se encaminaron a la comisaría de policía más cercana, bueno, a la única comisaría del pueblo.


Cuando llegaron, al filo de la madrugada, el comisario no se encontraba en su puessto de trabajo, y tuvieron que esperar como media hora para poder prestar su declaración. Cuando este volvió, Javier, su escribiente le dijo:


-       Señor comisario, ha llegado una pareja que desea informarle sobre un incidente.


-         Hagales pasar.

Señores, ya ha llegado el señor comisario, ya pueden pasar, es la primera puerta a la izquierda.


-         Buenas, señor…


-         Ibañez.


-         Buenas, señor Ibañez. Venimos a contarle lo que nos acaba de ocurrir. Ha sido una situación un poco desagradable. Comentó Irene.


-         Prosigan.


-         Bien, hoy quería darle una sorpresa a mi novia, le dije que me acompañara, y la traje hasta este maravilloso pueblecito de montaña, con el propósito de darle un paseo en barca por el estanque. Hoy que había luna llena. Cuando llegamos al paraje, cogí un bote, de los que un amigo me comentó que no son de nadie, que están allí para que quien quiera hacer uso de ellos los coja, y cuando no habíamos removido el agua ni tres veces, afloró entre las hojas esas del estanque una tersa mano, y ahí terminó nuestro paseo, motivo por el cual estamos aquí.



-         Perfecto –dijo el comisario-. Ahora por favor pasen con mi escribiente, y relatenle los hechos tal y como han hecho conmigo, pero añadiendo la hora lo más aproximada posible a la que ocurrio cada situación. Siento lo que les ha ocurrido, estaremos en contacto. ¡Ah! Y tomen, esta es mi tarjeta, llamenmé en el momento que lo necesiten. Encantado.


-         Igualmente, señor.

             La pareja pasó a la sala donde estaba el escribiente en cuestión, y volvieron a relatar la historia tal y como les había ocurrido.

“Ves, acabamos de empezar con esto, y mira ya los quebraderos de cabeza, dos veces hemos tenido que contar la misma historia. Si te lo decía yo”. Dijo Miguel airado. “Pues imagínate si no lo hubieramos hecho”. Replicó Irene.


           Cansados, y sin haber disfrutado de su noche especial cogieron el coche y se marcharon camino a casa. Una vez allí, se dieron un baño reparador y se acostaron; con la intención de olvidar todo lo sucedido en esas fatídicas horas.


Miguel se despertó al las ocho para ir a trabajar, preparó sus cosas, le dio un beso a su princesa, y se despidió de ella hasta la tarde. Ella como estaba de vacaciones, pensó disfrutar de una mañana de cama, y volvió a quedarse dormida. Cuando se despertó, sobre la una, encendió el televisor de plasma que tenía en la habitación, y como estaban dando las noticias, recordó sin querer la noche anterior y dejó la tele en ese canal para verlas, a ver si decían algo. Y efectivamente, la tercera noticia que dieron, mencionaba el caso de una muchacha que había aparecido muerta en el estanque de Villa Espesa. Dijeron que el cuerpo había sido encontrado por dos lugareños de El Diablo. Que parecía llevar sólo unas horas muerta, y que estaban pendientes de la autopsia para saber de qué había fallecido, pero que lo habían decretado secreto de sumario.


Pasó el tiempo, no hubo más noticias sobre aquél suceso en televisión. Las rutinas diarias siguieron su curso, Irene reanudó el trabajo, volvía a casa por la tarde, y allí se encontraba ya a Miguel, a quien adoraba, esa historia la había unido más a él,  ahora no se imaginaban separados, y compartían todo lo que podían compartir. Pero la calma se rompió al mes y medio más o menos: era domingo, un domingo ya más proximo a la primavera, en el que el sol bañaba de luz todas las habitaciones, y daba una una energía y felicidad impesables, pero sonó el teléfono, si sonó el teléfono, y no era ni su hermana, ni su cuñado, ni nadie cercano a su entorno. Cuando Irene cogió el auricular, la voz que escuchó al otro lado fue la del señor Ibañez, el comisario de Villa Espesa, pidiendoles que fueran en el plazo de una semana a su comisaria que era necesario que hablara con ellos.


          A Irene se le hizo una congoja, no sabía como decirselo a Miguel, ya que conocía cual sería su respuesta. Tras colgar el auricular éste le preguntó que quién era, que se le había puesto la cara como el papel por lo que tuvo que decirle que era el comisario, que le había rogado que se pusieran en contacto con él asistiendo a la mayor brevedad posible, como mucho una semana, a la comisaría. Bueno, os podéis imaginar cómo reacciono Miguel. Ya se podía imaginar lo que les venía encima.

Ausente mirada



Hoy he visto un ojo inverso,
que miraba al horizonte,
esperando ver las alas
que le cortaron un día.

Poco a poco las fue viendo,
se iban materializando.
A veces se difuminaban
y después se iban pintando.

Hoy he visto un ojo inverso,
que miraba hipnotizado,
los hechos que le ocurrían
cuando daba cada paso.

La vida le sonreía.
Tendría que aprovecharlo.
Su camino se forjaba
lejos de su antigua patria.

Un olor vestía el aire,
de fragancias de alegría,
y las bocas le auguraban
que en Murcia se quedaría.

Tarde otoñal

 

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Me gusta mirarte siempre
entre charcos y paraguas,
guardándote de la lluvia
una tarde atolondrada.

Me gusta el arcoíris
que dibuja tu mirada,
al mezclarse con el agua
una tarde atolondrada.

adoro tu bello rostro,
de lágrimas rociado:
de lágrimas de una nube
porque no la estás mirando.

Quiero beber de tus labios,
las gotas que van quedando
y poner brillo en tu boca
para volver a robarlo.

 

Expansión

 

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Estaba inmersa,
en una burbuja,
donde sin saberlo
se estaba asfixiando.

No podía salir,
no sabía como,
cuando lo intentó
se acabó agotando.

Su interior crecía
y el cuerpo menguaba;
si no se estiraba
allí moriría.

Su interior crecía,
su alma lloraba,
allí moriría
si no la ayudaban.