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Crisálida

Cruzado



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El líquido transparente,
que de mis ojos brotó,
tiene tu signo y tu seña,
pero no de desamor.

Fue una emoción muy bonita,
la que hirió mi corazón,
quién quiere lanza más dulce
para desgarrar mi voz.

Te cruzaste un día en mi vida;
ahora me llamas amiga.
No quieres que yo me aleje
y yo no me alejaría.
Si el destino nos unió,
sólo él podrá separarnos.

Ansío darte un abrazo,
y poder tenerte cerca.
Amigo en la lejanía;
espero verte algún día
y que se mantenga la magia
que construimos un día.

Te cruzaste un día en mi vida;
ahora me llamas amiga.
No quieres que yo me aleje
y yo no me alejaría.
Si el destino nos unió,
sólo él podrá separarnos.

Ansío darte un abrazo,
y poder tenerte cerca.
Amigo en la lejanía;
espero verte algún día
y que se mantenga la magia
que construimos un día.

La rosa y la mesa

 

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Aquella Navidad prometía ser diferente. Su madre faltaba y si bien no la echaba de menos, habría una silla libre en la mesa aquella noche del 24 de diciembre.

Ella, a pesar de ser agnóstica, celebraba la Navidad, pues era algo que había estado festejando desde que era pequeña, por tanto, se había convertido ya en una costumbre más que en un rito religioso.

Los días previos a la fecha, siempre tenía muchas tareas que hacer, pues aunque ella no preparara la cena, ni se encargara de decorar la casa, ayudaba a su hermana en una tienda de regalos, donde su trabajo, aparte de envolver paquetes, era comprar papel de envolver si faltaba, y llevarle a los clientes que lo necesitaran las compras a casa. Eso por la tarde, pues por la mañana, trabajaba de secretaria para el empresario Jon Klif. Con lo cual, su jornada empezaba a las ocho de la mañana, y terminaba a las diez de la noche.

Cuando llegaba a su casa, no tenía cuerpo para nada, solamente para darse un baño de espuma que su novio Pedro le tenía preparado. Mientras él, le preparaba algo ligero pero nutritivo para cenar. Después, se iban juntos a dormir. Pedro sabía que durante estos días tenía que compartir a su novia con el lecho conyugal, que no había ni siquiera un beso de buenas noches, pues era caer en la cama y quedarse como si su espacio estuviera imbuido de cloroformo. Y al día siguiente menos mal que ponía el despertador a las siete de la mañana, si no era incapaz de salir de ella.

Llegó el día señalado, aquél en el que trabajó más que los demás, pues siempre hay personas que dejan las compras de Navidad para el último momento, o bien por olvido o bien por pereza.

Cuando llegó a casa con su hermana, eran las once y media, y a pesar de estar todo preparado, no había nadie allí. Eso fue lo que vieron con una rápida mirada. Extrañadas por la ausencia de todos, y algo preocupadas buscaron algún indicio que pudiera dar una explicación a los hechos. Y en el mueble de las vidrieras, en una de ellas, había una pequeña hoja de papel que así decía

" Hola Clo, estamos en el hospital, no te preocupes, no es nada grave, Pedro está bien. Es tu hermana, que se le ha adelantado el parto dos meses, o sea que dentro de poco Jesús estará dando sus primeros berridos, quejándose de salir tan pronto de ese lugar donde lo tenían mimado."

Pero eso no fue todo, de pronto, al girar la cabeza, al lado de su sitio, y en el lugar donde años anteriores hubiera otro comensal, sobre la mesa había un destartalado jarrón con una rosa azul en su interior, y junto a ella una nota. Ella pensó que era de Pedro, que había tenido el mejor de los detalles, mejor que lo que le pudiera regalar después de las doce, pero nada más allá de la realidad, Cuando abrió la nota, el nombre de Pedro no aparecía por ninguna parte. La nota sólo decía:

" Si buceas en tu interior, sabrás que hace esta rosa encima de tu mesa, y que persona te la envía".

A Cleo se le heló la sangre cuando leyó la nota, instintivamente descorrió los ventanales del balcón, se asomó y miró al cielo. En ese momento, dos enormes lágrimas, solo dos, quemaron su suave rostro. Compungida entró al salón nuevamente, se sentó en su sofá sin ni siquiera hablar con su hermana, y esperó en ausencia a que vinieran todos para cenar, todos menos su hermana, que vendría días más tarde acompañada de un fruto de verano. Y la persona que ya jamás ocuparía aquella silla donde había encontrado el jarrón.

Diosa virginal




Tenían gran curiosidad
por esa húmeda flor,
por saber si era ella pura
o a él se le consagró.

Le preguntaron un día,
mas ella no contestó.
Le preguntaron un día
y él el discurso cambió.

Ella lo admiró por eso,
gran respeto le guardó,
casi no se ven ahora,
pero están juntos los dos.
Casi no se ven ahora,
pero si en su corazón.

Todavía aún le preguntan,
hacen especulaciones,
no sé donde la importancia
de ciertas revelaciones:

pues revelan que lo quiere
Que no puede estar sin él
Revelan que lo ha amado
y no lo quiere perder.

Todavía aún le preguntan
hacen especulaciones
no sé donde la importancia
de ciertas revelaciones:

pues revelan que lo quiere
Que no puede estar sin él
Sino no lo habría amado
alejándose de él.

Noche de vigilia

 

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           A esta hora de la mañana, las siete menos cuarto, y después de estar desvelada algún tiempo, me he puesto a escribir la reflexión que llevo haciéndome desde hace un tiempo, aunque nunca antes he sido capaz de expresarla.

           Ahora bien, me parece un poco confuso, que en los tiempos que corren, en los que reina en teoría un espíritu democrático, las personas que como yo creemos en Dios, (aunque quizás yo no sea el mejor ejemplo, pues no creo en el Dios que se nos impone desde pequeños, o al menos intento que no sea así) tenemos que hacerlo de manera oculta o avergonzándonos de ello. Sí, y digo bien, avergozándonos de ello pues es lo que siento o sentimos cuando reconocemos ante alguién el hecho de creer, con lo cual cada vez lo hacemos menos o no lo hacemos. Muchas veces me siento, y perdón a los homosexuales de antemano, "en el armario" y dándome verguenza o miedo salir. Últimamente, y no se si habrá más personas que sientan lo mismo, parece como si creer fuera un signo de falta de cultura, o una señal de carencia de inteligencia. Y quizás lo sea en mi caso, o en el tuyo, pero no creo que todas las personas que creen en Dios, vayan a carecer de estas dos cualidades. En fin, no se si tendréis esta percepción del tema. Quizás los que ven el hecho de creer así, son los miembros de mi entorno cercano, familia, amigos, conocidos... Quizás porque ha ocurrido alguna tragedia... no se... El caso es que en un tiempo de tolerancia, has de omitir tus creencias para sentirte bien, y que no te tachen de inculta o poco inteligente, bueno, sentirte bien no, quedar bien sería más correcto.

           He de reconocer que quizás cueste entender a los demás, quizás yo haya hecho lo mismo en otros aspectos de la vida sin darme cuenta, lo que si tengo claro es una cosa, quiero estar siempre en constante evolución, en continuo proceso de cambio, pues que yo no tenga tus mismas ideas, tus mismos principios, no significa que sea superior a ti, más inteligente, lo que importa no es pensar todos de la misma manera, o creer en las mismas cosas, lo que importa es crecer aportando cada uno su granito de arena, eso sí, apoyo las diferentes crrencias e ideas siempre que no vayan en detrimento del ser humano. Con esto, cierro mi reflexión por hoy, espero que les hay gustado.

Tu vasallo


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Me gustaría poder quererte;
regalarte el corazón,
pero mi amor es vasallo
y ya tiene su señor.

Es esclavo de sus tierras
y le ayuda en su mansión,
le tiene que pagar la diezma
y ofrecerle lo mejor.

Pero a mí eso me engrandece,
me miraréis con horror,
pero es como cuando una chica
ama a su secuestrador.

Me gustaría poder quererte;
regalarte el corazón,
pero mi amor es vasallo
y ya tiene su señor.


Pasando un año y un día
en un corazón ajeno
obtendré la libertad.
Mas ya no se si la quiero
o la sabre utilizar.

Pero ya no se si la quiero
para volver a empezar.

 

Sobre un documental

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Ayer, mientras hacía zapping en la televisión, pues no había nada que me interesara, tropecé con un documental en la segunda cadena el cual estaba empezado, pero que no me permitió cambiar de canal.

Un hombre, que no hablaba bien, estaba contando algo que subtitulaban. Poco a poco vi que se trataba de un médico que había contraido una enfermedad neurgodegenerativa. Cada día estaba un poquito peor. Es dura una de las declaraciones que hizo: "Me cuesta pensar que sin la muerte el nacimiento sería una tragedia". Pero más allá de sus momentos de decaimiento, por uno de los motivos que me gustó el documental fue por el gran vitalismo del protagonista: frases suyas que te hacen pensar y que te dejan ver su vitalidad son; "Estoy jodido, pero contento" "La leña se consume, pero a mí no me importa, si al arder da buen fuego" o, "Mientras haya música seguiremos bailando, y con una sonrisa".

Cuando terminó, en el coloquio, dijeron que se llamaba "Las alas de la vida". Para mí, hablando mal y pronto, "fue una pasada", admiro a las personas que tienen este carácter, y me toca de cerca, pues es el que tenía mi madre, fallecida hace siete meses. Sí, podía decaer pero en media hora o un día, generalmente, ya se le había pasado.

Todo lo anteriormente expuesto, es lo que me hace pensar, y no quiero decir que tenga razón, en el tiempo que desperdiciamos los que estamos sanos, preocupándonos por asuntos que en muchas ocasiones se resuelven antes de que nos queramos dar cuenta. O por motivos tales como llevar dos años sin pareja, que te despida tu jefe, aunque tengas posibilidad de conseguir otro empleo, que se te rompa un plato de la vajilla nueva, o que se te pierdan 10 euros.

Me gustó también porque cada uno expresaba su idea sobre algunos temas sin, no se como decirlo, sin intentar cambiar la idea de los demás y dejando que el espectador se quede con la que crea más convincente, sin forzarlo a que tome una idea establecida de antemano por los guionistas.

Para terminar, creo que el ministerio de sanidad está pidiendo los derechos del documental para poder divulgarlo, debido a su calidad, pero si no es así y sale en DVD y podeis, mi consejo es que lo compreis para verlo y conservarlo, regalarlo, etc, creo que os gustará. Yo, si puedo, es seguro que lo compraré, para verlo de vez en cuando. Es una inyección de optimismo que muchos todavía necesitamos.
Si la adquiris, ¡¡¡¡Buen provecho!!!!

Fluctuación


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Semana Santa, devoción;
llevamos la virgen al hombro
y la cargamos de oro.

Un mendigo está en la puerta,
en la puerta de la iglesia
y pasamos por el lado
como si nadie allí hubiera.

Fin de semana, Domingo
todos todos en la misa,
pero cuando se nos pide
nos marchamos muy deprisa.

Lágrimas de emoción
cuando la alzamos al cielo,
lágrimas de emoción
cuando da su bendición.
Pero cuando nos recuerda
que ayudemos a los pobres,
no le prestamos oido
por lo que pudiera ser.

Ahí la llevan con orgullo
sobre sus hombros cargada,
ya pasan por la tribuna,
ya las saetas le cantan.
Ya los ojillos nos brillan
al ver a nuestra patrona
cuando hace su parada.

De llagas llevan los hombros,
un año y otro también,
pero nada les importa
porque la virgen María
su dolor les reconforta.

Y no importa la pobreza,
el perdón o la bondad
mientras alcen con sus brazos
a quien les indultará.

 

¿Por qué morados?


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Cuando Mari nació, el cielo estaba cubierto de enormes nubes negras, nubes de las que caía una fina agua turbia. Era un tenebroso día de invierno, 25 de diciembre, pero desde el oeste se perfilaba bajo un rayo se sol un bello y claro arcoíris. Todo esto hacía presagiar el futuro de la pequeña.

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Perteneciente a una familia acaudalada, creció con todo lo que se puede desear, y sus deseos se cumplían antes incluso de tenerlos. Pero en la realidad no siempre los cuentos de hadas terminan bien. Cuando ella era apenas una niña, sus padres comenzaron a tener problemas, y la situación se ponía cada vez más complicada, motivo por el que años más tarde, después de algún intento frustrado de que todo mejorara, tuvieron que separarse.

Se habría podido pensar que con la separación, Mari, lo habría pasado fatal, pero no fue así, ella estaba mejor que cuando sus padres estaban juntos. Eso sí, se había empezado a crear un mundo aparte, un mundo para ella. En el que le había tocado caer parecía que no encajaba, no sabía por qué, era muy pequeña, pero todo le quedaba grande. No entendía nada, cuando había que decir sí, se decía que no, cuando había que decir no, se decía que sí. Todo era demasiado confuso para ella. En el mundo que ella se construyó, todo era mucho más fácil y simple, al no, se le llamaba no, al sí, se le llamaba sí, y al sexo, si había que llamarle sexo también se le llamaba.

Los días iban pasando, a Mari, su mundo interior se le empezaba a quedar pequeño,y una persona a la que ella aprendió a apreciar, le prestó unos zapatos que ella tenía para que intentara salir al mundo exterior, haber si como ya iba creciendo no lo veía como algo tan inmenso. Eran unos zapatos de piel, tintados en color morado, con un pequeño tacón, con la finalidad de tener tropiezos en la vida, no excesivamente grandes. Eran unos zapatos del número 36, de los que ya casi no se fabrican. Eran unos zapatos muy peculiares. Mari se los puso, y partió de su mundo, atravesando la gruesa puerta que la separaba de la gran selva de asfalto, aquella que abandonó hace mucho, mucho tiempo, y en la que no sabía si podría defenderse.

Comenzó su andadura con una experiencia que no le agradó nada, había personas en este mundo que se reían de los defectos físicos de otras, uno se podía reír de otro quizás por alguna serie de motivos, pero no por una deficiencia que la pobre de la otra persona no ha elegido tener. Fue justo al pensar en lo sucedido que unos arañazos marcaron los zapatos. Cuando los vio se preocupó, pues no eran suyos, cuando terminara de recorrer el mundo, se los tendría que devolver a su dueña.

Siguió caminando, y vio tras de los ventanales que había hombres y mujeres que abusaban de su poder, vejando tanto física como psíquicamente, al opuesto o a los menores. Algunas historias de las que observó, le sobrecogieron el alma. Nuevas rozaduras aparecieron en los bellos zapatos.

Solo llevaba un día caminando, y ya empezaba a encontrarse mal, los zapatos que en un principio parecían cómodos empezaron a molestarle en los pies. Y se acordó del azul del cielo. Pero tenía que seguir, había salido para eso, tenía que decidir dónde quedarse. Y andando, andando, a medio camino de oriente y occidente, en una granja, se encontró a una familia, los bellos, se llamaban. Preguntó si se podía alojar una noche, que llevaba ya un día caminando, y necesitaría descansar y tomar algo fresco. Le dijeron que sí, y llamaron a Kamal para que preparase la habitación de la señorita, y le diera algo de beber. Mari tuvo la oportunidad de hablar con él, era un joven muy majo, que trabajaba porque quería sacarse los estudios de psiquiatría. Estaba como ayudante en la granja, pero a la hora de la verdad, estaba para todo, era un esclavo en una época en la que ya no hay esclavitud, y no sólo por las labores que realizaba, sino también por el trato que se le daba, cualquier animal a su lado recibía un mejor trato. Por otra parte, si algo salía mal, siempre era Kamal el responsable. Aquella noche no pudo dormir bien, tuvo sueños sobre estos tres pasajes de la vida que había contemplado, soñó que los zapatos iban oprimiendo sus pies, soñó que cada vez estaban más deteriorados, y soñó que un gran agujero en el interior del zapato le estaba haciendo una gran herida en la planta del pie. Se despertó empapada en sudor, y unos escalofríos le recorrían el cuerpo. Fue corriendo a mirar los zapatos, y sólo tenían los roces del día anterior, o sea que se acostó e intentó seguir durmiendo, ya que al día siguiente le esperaría otra dura jornada.
A la mañana siguiente, se puso sus zapatos morados, se despidió de los Bellos y de Kamal y continuó su camino. De repente, cuando iba por el parque de la Alóndiga, y sin ella pretenderlo escuchó una conversación que estaban teniendo dos mujeres. Una de ellas le contaba a la otra, que a la novia de su amigo, le gustaba mantener relaciones todos los días, a lo cual la otra refería, porque la novia de tu amigo es una salida, porque eso no es normal, si fuera él... esto destrozó los oídos de Mari. Que dos mujeres pensaran así, era muy grave, después no podemos quejarnos del machismo, cuando somos nosotras mismas las máximas responsables.

Cada nueva situación que se encontraba en el camino la hacía debilitarse más, y los zapatos cada vez le oprimían más, temía que la pesadilla se convirtiera en realidad.

Dejó el parque con la ilusión de encontrarse algo mejor por el camino. Veinte metros después se encontró un prostíbulo, y cual no fue su impresión cuando al mirar al interior vio personas conocidas, personas que en ocasiones, cuando había salido el tema, habían puesto de vuelta y media a las pobres muchachas, o a las muchachas en general, pues hay quien elige este camino. Éste era otro aspecto que no entendía, no os podéis imaginar cuanto le molestó ver a esas personas allí. No daba crédito a que se pudiera ofender tan firmemente algo y después se hiciera. Agotada tanto física como psíquicamente y con los zapatos maltrechos siguió, no le apetecía bajo ningún concepto seguir observando esta situación.

Cuanto más andaba, más injusto y extraño le parecía todo. En un lugar recóndito, un niño pequeño y flacucho, buscaba desesperadamente algo que echarse a la boca, mientras que unos metros más allá en una lujosa casa, sus inquilinos comían opíparamente y vertían los restos que le sobraban al cubo de la basura. Esto la sumó en una tristeza irremediable. Se dejó caer sobre un fresco césped que encontró pues ya no podía más, sabía que cuanto más anduviera, más de esto encontraría, ya no podía con su alma, cuanta desigualdad, cuanta mentira, cuanto... y así, a la sombra, y completamente fatigada, entró en un agradable sopor.


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Después de todo lo anterior, no sabemos cuál será la decisión que tome Mari, ¿Se quedará en el mundo que está volviendo a ver y que hace tiempo que no veía, o volverá a ese mundo suyo aunque se le empiece a quedar pequeño, pero que es el que ella ha fabricado con esfuerzo?

Mientras andaba adormilada soñó que había personas que no mentían, y que lo más importante era que ella no mentía. También soñó que las personas intentaban ser lo más justas posibles, y repartir como hermanos lo que tenían y soñó que esos zapatos desgastados eran los más bonitos que había tenido nunca y también los más cómodos. Que esos arañazos y rozaduras que tenían le daban carácter.

Poco a poco se fue desperezando. Al ver los zapatos y no producirle ninguna sensación placentera, supo que había estado soñando, pero y qué, y si todo aquello era posible, y si parte dependía de ella; todo era muy grande, sí pero ella muy pequeña, quizás fuese una cuestión de punto de vista, quizás cambiando un poco la manera de ver las cosas, y empezando por ella misma a cambiar la sociedad todo sería un poco más fácil. Asique cuando vió los zapatos ajados por el paso del caminar y las injusticias y pesares ocurridos, pensó llevárselos al zapatero para ver si los podía mejorar una pizca antes de devolverselos a su dueña, ya que habían concluido su trabajo y había decidido quedarse en el mundo real, aunque sea por un tiempo. El zapatero nada más ver los zapatos supo quien era su dueña, y cuando Mari le pidió un arreglo, le dijo que para Celeste, el mejor arreglo que podían tener esos zapatos era el que llevaban impresos, si después del sufrimiento que había sentido y las huellas que este había dejado en los zapatos había decidido vivir en este mundo, la mitad de la misión de esos zapatos estaba cumplida. La otra misión era que aprendiera a ver la belleza de esos pequeños zapatos morados: raídos, sucios, arañados, desgastados pero que le habían estado acompañando en todo su caminar.

Y sí, si que fue capaz de ver su belleza, y lo hizo cuando descubrió la finalidad de aquellos zapatos. Mientras iba a devolvérselos a Celeste, se dió cuenta de lo que los zapatos morados le querían enseñar. Y era que aunque hubiera sufrimiento en la vida, injusticia, es lo que tenemos, pero también hay muy buenos momentos que no apreciamos pues siempre centramos nuestro pensamiento en los que no lo son. Que si había querido salir de su mundo y volver al que realmente tenemos a pesar de lo que en él ha encontrado, que le ha hecho sentir mal, era porque aprendió lo que los zapatos quisieron mostrarle, que el sufrimiento siempre está ahí, pero que es él el que te hace más fuerte, como había ido haciendo con los zapatos y como había hecho con ella, sino habría decidido volver a donde había salido y donde no sufría estas calamidades.

Llegó a su encuentro con Celeste, y ésta, nada más ver los zapatos, supo todo lo que había ocurrido, y sintió gran alegría. Cuando Mari le devolvió los zapatos, Celeste le dijo que se los quedara como recuerdo de su experiencia, que los pies son los que marcan el camino, y sin unos zapatos adecuados no es posible caminar duras jornadas. Y así, si en algún momento recaía y tenía ganas de volver a su pequeño mundo, podía ir a verlos, ver que aún con roces y algún agujero seguían allí, y aspirar de la energía que desprendían. Así fue como Celeste se despidió de ella, brindándole la mejor de las suertes y esperando no tener que verla otra vez en el camino.

 

Declarando sentimientos

 

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Cuando estoy contigo
no siento mariposas,
pero algo va cambiando
y no van bien las cosas.

Me siento algo confusa,
mas no sé lo que siento,
penetras en mis sueños
y en breve me despierto.

Me place estar contigo;
permanecería horas,
pero todo nos aleja
y yo me siento sola.

Cuando estás conmigo
no siento mariposas,
pero hace tres meses
"no importaban tus cosas"

Contigo una clase
torna divertida.
Quién las diera todas
de la noche al día.

Me place estar contigo;
permanecería horas,
pero todo nos aleja
y yo me siento sola.

En los núcleos de nuestras almas
moran otras almas,
ese es el primer dique
que de ti a mi me separa.

Pronto están las circunstancias,
 seguidas de la cultura,
y alguna que otra cosa
que la gente hoy censura.

Ni te quiero, ni te amo,
puede que estés empezando:
mas ni siquiera lo sé.

Quizás sea un espejismo,
o un reflejo en un cristal
quizás tema el saberlo
porque sienta de verdad.
Y este corazón herido está cansado de amar.

El reencuentro

 

 


Hace un par de semanas, de manera fortuita, me encontré con la Poetisa, a quien no veía desde hacía algún tiempo. Y como suele ocurrir con las personas que hace una temporada que no ves, el reencuentro fue maravilloso, estuvimos hablando como si nos hubiéramos visto ayer, y la tarde se deshizo entre risas, acompañadas de lagrimas de placer, y también por qué no de la melancolía de un tiempo que ya pasó. Estuvimos recordando acontecimientos, de cuando íbamos juntas al cine, o cuando de noche nos bañábamos en playas desiertas al abrigo de la luna.

Ella me contó lo que se encontraba haciendo en este momento. También me estuvo contando que en un viaje que realizó al desierto de Singing, se encontró con personas que le provocaron una gran tristeza interior. Dichas personas tenían podríamos llamarlo así, una enfermedad. Necesitaban irremediablemente cariño, afecto. Pero lo más grave de esta enfermedad, es que no servía cualquier tipo de cariño para curarla, no era el paterno, el materno, (en fin el familiar), ni el amistoso, ¡no!, el afecto necesario era el de la persona opuesta, en caso de heterosexuales, y del mismo sexo en caso de homosexuales.

Le provocaban gran afectación porque lo anteriormente comentado, no dejaba a estas personas llevar una vida plena, en ningún aspecto. El estado de suma dependencia de una pareja no les permitía ver la luz del día. Si estaban trabajando, apenas les iba un poco mal, la gran tristeza de que eran almas solitarias les sobrevenía. Si estaban de viaje, la misma pena de que eran animas solitarias, y así en cualquier actividad que emprendieran. Siempre volvía a resurgir ese mismo pensamiento.

Mencionó que aunque realmente no sea una enfermedad propiamente dicha, y que no sepamos a que se deben sus síntomas, le encantaría poder encontrar la medicina con la que eliminar las causas de esta “enfermedad”, pues el remedio para estas personas, no es encontrar una pareja, aunque para otras personas lo sea. Ella no sabe cuál es, pero ese sabe que no, ayudaría, pero no lo es. Y si lo encontrara, ayudando a los demás se ayudaría a sí misma.

Llegó el momento de la despedida; unas lágrimas afloraron de sus ojos, recorriendo suavemente sus mejillas rosadas. No sabía cuando nos volveríamos a ver, puede que esta fuera la última, quién sabe. Por si acaso, nos abrazamos fuertemente, y nos dimos un beso de esos que hacen historia. Y es que hay momentos, que por mucho tiempo que pase, no se pueden olvidar.

 Nosotras esperábamos que se pudiera volver a repetir ese estupendo último beso. Sería que nuestras vidas permanecen y que han vuelto a encontrarse en el transcurso de los días venideros.

Desaliento

 

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Me invaden los recuerdos;
yo sentada en tus rodillas
con el mundo en nuestras manos
y el placer creciendo en mi interior.

Y hundida en tu sofá me encuentro
con tus manos rodeando mis senos,
y una fiebre que nace
en forma de sudor.

El calor que mana de mi cuerpo
quema tus yemas
provocando un placentero dolor.

Efluvios de todos colores
manan de todas partes;
abriéndote camino a mi interior.

¡Anhelos! ¡Anhelos!
Que no pueden cumplirse,
que ya no se cumplieron.

¡Anhelos! ¡Anhelos!
Que no pueden cumplirse
y llega el desaliento.

El indigente errante

 

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            Esta que voy a contar, es la historia de Casimiro, un indigente de mi pueblo que se pasaba los días vagabundeando por ahí. Se había convertido en un hombre flacucho y ajado por el paso de los días en la calle. Las arrugas en su rostro mostraban que no lo había pasado bien. También lo dejaban ver sus marrones ojos opacos, fiel reflejo de una vida de sin sabores.

           Cuando Casimiro era joven, tenía una buena profesión, tenía una casa, con esposa y dos hijos, era el ser más cariñoso que uno hubiera podido conocer; siempre atento con su mujer, llevando a sus hijos a todas partes... pero todo cambió cuando la víspera de Navidad lo echaron del trabajo. Como era un hombre muy trabajador, aquello lo dejó totalmente hundido, desmoralizado, y casi sin darse cuenta empezó a beber más de la cuenta, ya que estas fechas se prestaban a ello, motivo por el cual ya nadie le quería dar trabajo, pues siempre olía algo a alcohol, hecho que hizo que la situación fuera empeorando. La mujer cada vez se encontraba peor con él, pues siempre estaba en casa, bebido, el dinero no llegaba, y tenía tres bocas que alimentar además de la suya. Su madre le podía echar una mano, pero no podía cargárselo todo a ella.

          Julia intentó poner medios para que la situación cambiara, pero él se había ofuscado, y no entraba en razón, decía que no pasaba nada, que él no tenía ningún problema, y que ya le darían trabajo. Pasaron seis meses, y Julia ya no aguantaba más, asique lo echó. Le dijo que si no iba a solucionar el problema y además lo iba a agravar que se fuera, que buscara donde irse y se fuera. Que esta noche podía dormir allí, pero que era su última noche. A la mañana siguiente, Casimiro se levantó más temprano de lo habitual, pues últimamente antes de las doce no se levantaba, con una sensación extraña que le recorría el cuerpo. Sabía que tenía que dejar su hogar, que le habían puesto un ultimátum, pero esperaría a que su mujer se levantara a ver si cambiaba de opinión. Pero no, Julia le preguntó si todavía estaba por allí, y le recordó que cuando saliera por la puerta el día de hoy ya no volviera a entrar, o sea que cogiera lo necesario para irse, y que buscara un lugar donde quedarse.

          A las dos y media, después de haber comido, Casimiro se despidió de sus hijos, con la esperanza de volver a verlos, y se fue en busca de sus hermanas, primero una y después otra, a ver si alguna le quería dar alojamiento. Pero ninguna lo quiso aceptar en su casa. Ambas le dijeron que si estuviera pasando por una mala racha que sí, que eso estaba hecho, pero que si fuera porque estaba pasando una mala racha, no hubiera hecho ni falta pedir esa ayuda, porque conocían a Julia y sabían que ella no lo habría echado. Que si el problema era que se había dedicado a beber y no aportar nada al hogar, que no querían un vago alcohólico en casa. Así fue como Casimiro pasó de tener un buen puesto de trabajo y una familia a pasar los días vagando por las calles sin sentido.

          En casa, los hijos, uno de siete años, y otro de tres, preguntaban que dónde estaba papa, qué cuando iba a venir, y claro, Julia se sentía destrozada, no sabía que responderles, además, ella lo seguía queriendo, y sabía por qué su marido había cambiado, pero si él no ponía de su parte no podía hacer nada. Ella sabía que sin el apoyo económico de su marido, le costaría más  trabajo salir a delante, pues trabajaba echando un par de horas en una lavandería, pero si en otras ocasiones había salido airosa, esta vez, aunque fuera más difícil, también lo conseguiría. Además, tenía el apoyo incondicional de su madre.

          Llegó la noche, fue la primera que Casimiro pasaba en la calle, fue extraño, acostumbrado a dormir en su cómoda cama se tuvo que ingeniar para buscar unos cartones. Menos mal que era verano. Cuando los encontró los puso en un banco de un pequeño parque y se echó a dormir, como hacía calor, no se tapó ni nada. (Qué haría cuando llegara el frío, bueno, sabía lo que haría, pero cómo lo pasaría...). Cuando ya casi estaba dormido, llegó un vagabundo, se notaba que ya llevaba años viviendo en la calle, sus ropas estaban desgastadas, su barba descuidada, su tez excesivamente morena por los rayos del sol, y le dijo:

-          Durmiendo en un banco, se nota que eres nuevo por aquí, y se nota que eres nuevo en esto, no puedes pasar la noche aquí, se pueden meter contigo, o te pueden hacer algo. No puedes elegir un parque en pleno centro de la ciudad, tendrías que haber elegido un sitio en la estación. Hoy vendrás conmigo, pero mañana tendrás que buscarte tu propio lugar.

            Y lo llevó a un recodo de la estación de tren, donde él se había acomodado hacía tiempo; tenía una manta, para cuando llegara el invierno, una estufilla, para cocinar si le daban algo, una linterna... en fin, tenía lo que no tenía casi ningún indigente, se podría decir que era un vagabundo rico, o con suerte. Le preguntó que si quería compartir con él un bocadillo de tortilla de patatas que le habían dado y una botella de vino, y obviamente, Casimiro le dijo que sí. Pasaron la noche, y a la mañana siguiente, al levantarse, a Casimiro se le habían hincado los huesos en el cuerpo al contacto con el asfalto, y estaba dolorido. Tomás le dijo que esto era normal en su primer día, que cuando llevara cientos durmiendo en el suelo, si algún día dormía en la cama, sería lo que le dolería. Tomás se despidió de él, le dijo que se tenía que ir a hacer sus cosas, y le aviso que esta noche ya, se tenía que buscar un lugar propio donde pasar la noche, ahora que le había enseñado donde buscar, y que le había advertido de los peligros más comunes.

            En la casa que fuera de él, todo seguía con su rutina, Julia se había levantado temprano para preparar el desayuno de los niños, y llevar a uno al colegio y al otro al centro infantil. Después sería ella la que se tendría que llevar a la lavandería, pues estaba algo agotada, para echar su par de horas antes de ir a preparar la comida e ir a recoger a los niños. Ahora tendría que buscarse un trabajo extra por la tarde si su madre le podía echar una mano quedándose con los niños, si no, iba a ser todo más difícil.

            Fue el primer día que Casimiro se tuvo que poner a pedir en la calle, otra situación nueva para él, encima en un barrio donde todos lo conocían, interiormente pasaba un sentimiento de vergüenza, pero como no le quedaba otra opción buscó un lugar donde ponerse. Empezó a pasar la muchedumbre, algunas personas se sensibilizaron con él y le dieron algo, otras sin embargo, no le daban ningún dinero, pero tampoco se mofaban de él. Pero había otro tipo de gente, estaban por un lado las que se burlaban de él, y por otro las que pasaban por su lado y era como si no pasaran por el lado de nadie, eso era lo que más le molestaba, la indiferencia, la ignorancia, aún sabiendo que él estaba allí sentado. Para ser el primer día no terminó mal, con el dinero que le habían dado tuvo para un bocadillo y dos cervezas, era más de lo que se esperaba.

            A Julia hoy día le tocaba planchar en la lavandería, se pasó la pobre dos horas planchando, entre vapores y sudores. Tenía la tez roja como un salmonete, pues era una muchacha que cuando pasaba calor se le encendía el rostro. Terminada su jornada fue a recoger a sus hijos. Hoy no había tenido tiempo de hacer nada complicado de comer, había tenido que preparar unas pastas, cosa que los niños agradecieron cuando se enteraron. Por la tarde se puso a buscar en el periódico alguna ocupación para las tardes, y no encontraba nada. Pero cuando llevaba media hora buscando, sonó el teléfono, y era Paula, le estaba contando lo que había pasado en su comunidad, la habían disuelto, todo el mundo se estaba quejando, nadie quería que hubiera comunidad, pero nadie quería que estuviera sucio el portal, y al romper la comunidad, habían tenido que echar a la empresa privada que limpiaba el portal. A Julia se le iluminaron los ojos cuando escuchó aquello, y preguntó a su amiga si podía quedarse ella con la limpieza del portal. A lo que Paula le contestó:

-          Pues claro, hombre, no había caído, además, no sabía que lo necesitaras.

-          No, en cierto modo no lo necesitaba, pues estaba esperando que la situación

se estabilizara, pero como no ha sido así, las cosas se han complicado, y estaría muy agradecida si pudiera quedarme con ese puesto. Consúltalo con los propietarios y me mandas un mensaje diciéndome si entro a trabajar y cuándo.

            Paula colgó el auricular, y a  los diez minutos le estaba escribiendo un mensaje diciéndole que empezaba el martes de cuatro a seis, y que tendría que limpiar martes jueves y sábados. Salvo un sábado que le dejarían libre. Julia se puso muy contenta, tanto que empezó a dar saltos de alegría, sí, terminaría algo más cansada esos días, pero llegaría mejor a fin de mes.

            Llegó la noche, y Casimiro tuvo que buscarse algún lugar donde dormir, vio una máquina expendedora de refrescos que había hacia el final de la estación y aunque había una lata de cerveza, allí se echó. Cuando ya estaba a punto de dormirse, llegó un hombre delgaducho, paliducho y excesivamente demacrado, y empezó a  vociferarle diciéndole que ese era su sitio, que se levantara ahora mismo de ahí si no quería que lo rajase, que se fuera a buscar otro agujero, que era un puto vagabundo de mierda. Que si no veía que el sitio estaba guardado.

            Casimiro que estaba medio dormido no pudo casi ni reaccionar, y con aquel personaje tanto mejor. Lo más que pudo fue levantarse torpemente e intentar buscar otro lugar donde pasar la noche, pero eso sí, intentó mirar bien, que no hubiera ningún objeto que pudiera identificar el lugar como de alguien. Así que se colocó en un banco que vio al lado de los servicios, y se tapó  con un par de cartones. En esta ocasión ya no le molestó nadie y pudo dormir hasta la mañana.

            En casa de Julia, las cosas seguían su curso, y tanto económica como afectivamente, se habían estabilizado. Ella nunca les prohibió ver a su padre, pero como Casimiro siguió con su actitud, pronto los niños no querían verlo, ni estar con él. Como vemos, el tiempo fue pasando, los niños creciendo, y la vida mejorando. La madre de Julia, ya no tenía que aportar tanta ayuda, ni física ni  material y se daba sus escapaditas con su marido.

            Por el contrario, Casimiro fue empeorando cada vez más, cada vez bebía más, cada vez recibía menos dinero, por consecuencia comía menos, motivo por el cual su cara se fue chupando, sus ojos se fueron saliendo, y sus rasgos faciales tornaron poco a poco puntiagudos, los que dejaba ver la barba que no se quitaba desde hacía años. Su tez se fue demacrando cada día más, y la que le quedaba visible estaba muy curtida por el sol. Siempre lo veías tumbado por algún banco o escalera con una litrona en la mano, fuera la hora que fuera, ya había hasta gente que se la compraba.

            Un día de finales de verano, era tal el hambre que tenía ya, que aprovechó el momento en que unos extranjeros se acababan de marchar sin comerse una tapa de arroz para coger el plato antes de que viniera la camarera, pero esta lo observó desde dentro y salió corriendo. Le dijo que no podía comerse el arroz, que no podía llevarse el plato, que si quería le daba un bocadillo, pero que el plato no se lo podía llevar. Hombre, el no le hizo ascos al bocadillo, pero francamente hubiera preferido comerse el plato de arroz, hacía muchísimo tiempo que no comía una comida decente. Bueno, hacía mucho tiempo que no comía una comida. Como a él no se la daban, preguntó si se la podían dar al perro, pero como no tenían ningún cacharro de plástico, el perro también se quedó sin el arroz.

            Así fue como el pobre de Casimiro, por no encontrar solución a su problema, habiendo podido estar tranquilamente con su familia, terminó por las calles, peor incluso que hasta su perro, pues si hubieran tenido un cacharro este se hubiera comido un rico arroz, mientras el dueño a su lado hubiera estado comiéndose un bocadillo.

A través de tus ojos

 

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Tienes los ojos traslúcidos
de quien lo ha pasado mal.
Tienes los ojos opacos
de alguien que ha olvidado amar.


Tus palabras son cuchillas,
que desgarran los oídos
de quien lo ha pasado mal
y quiere cambiar de vida.


Tienes los ojos deslucidos,
de quien no supo aceptar,
aquello que sobrevino
y hoy no encuentra su camino.


Cuando conoces a una persona
te cuesta abrirte a ella.
Y tienen que pasar años
para que bromees con ella.


Tienes los ojos traslúcidos
de quien lo ha pasado mal.
Tienes los ojos opacos
de alguien que ha olvidado amar.


Me da lástima tu situación,
pues un día conocí un alma
que seguía tu camino
el cual habría terminado si no...


Tus palabras son cuchillas,
que desgarran los oídos
de quien lo ha pasado mal
y quiere cambiar de vida.


Tus palabras son cuchillas,
que desgarran los oídos
de quien lo ha pasado mal
y quiere cambiar de vida.

A MEDIO CAMINO

 

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No puedo dormir, me he levantado, estoy pensando en ti, en los pocos momentos que he pasado contigo, pero que han sido especiales, mágicos. Hay un pequeño ser que nos separa, pero es un pequeño ser maravilloso. Todo sacrificio por él merece la pena.

 

No sé si será el destino, el azar o la suerte, la que pone en mi camino a personas especiales con las que no puedes compartir una ilusión; con la que como mucho, puedes intercambiar un furtivo roce en la piel o dos besos de despedida que sobrepasan los límites de la amistad queriéndose adentrar en el pozo del deseo.

 

No sé quién te ha puesto en mi camino ni para qué, sólo sé que has vuelto a abrir las compuertas de la alegría y el dolor, has vuelto a desatar la ira de los contrarios.

 

Nos tenemos, mas no estaremos juntos, para mi serías lo blanco, mas todo se vuelve negro y hay algo muy grande que tiene un nombre pequeño.

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